La inesperada vacuna contra el catarro: Covid-19

Nairobi, 14 jun (Prensa Latina) Ahora que la Covid-19 es apenas un mal  recuerdo, con todo y los millones de vidas que cobró, resulta que, después de todo era una bendición disfrazada de castigo celestial, según investigación científica difundida hoy aquí.


Por supuesto que para hacer tal valoración es necesario responderse una pregunta esencial: ¿Cuánto sufre usted por los catarros estacionales?


La Covid-19 lo infectaba, lo mandaba para la cama y ponía a sufrir a su entorno familiar, el social y el residencial, que se veía inundado de señores con trajes de cosmonauta que limitaban sus movimientos y prohibían cualquier contacto con el mundo exterior.


A los no infectados nos obligaban a usar mascarillas, causantes de más de una decepción cuando al conocer a alguien, de cualquiera de los dos sexos, en vez del Adonis o la Afrodita que esperábamos, uno se daba de manos a boca con la reencarnación de la bruja de Blancanieves o el sobrino de Drácula.


Sin pasar por alto las teorías de la conspiración sobre el origen de la pandemia según las cuales el mundo estaba al borde de la III Guerra Mundial, los chinos estaban a punto de invadir todos los países conocidos y pasado mañana los rusos se adueñarían de la economía planetaria, por solo citar tres.


Pero los humanos tenemos este bendito mecanismo de defensa que nos hace olvidar los malos momentos, no importa cuán dolorosos, como es el caso que nos ocupa y nos permite seguir adelante con nuestras vidas como si nada las hubiese interrumpido.


A estas alturas es raro encontrar a alguien que recuerde los sinsabores de la dichosa pandemia que amenazó con romper los récords de muertes de la tétrica gripe española de principios del siglo XX, pero se quedó corta lo que la hizo una plaga de segunda categoría, una desdeñable subpeste como quien dice.


Pero resulta que es más, según el estudio publicado en la revista estadounidense Journal Science Translational Medicine, según el cual si uno padeció Covid-19 es posible que se haya inmunizado contra esa maldición anual que azota a los humanos y que no tiene cura ni vacuna: el catarro común.


Esos catarros no matan a nadie, pero sí sumergen a hombres, mujeres, párvulos y ancianos, blancos, negros, cobrizos y amarillos, creyentes y ateos, en un mar de sufrimientos que abarcan secuencias de estornudos, dolores corporales, fiebres, tos perruna, narices congestionadas, ríos de mocos y deseos de no haber nacido.


Esos resfriados ya son parte de la vida lo que explica el adagio, que busca consolar y advierte: «el catarro con medicinas dura una semana y sin medicamento, siete días», sin olvidar a quienes tienen la panacea y recomiendan con tono festivo «A eso dale ron con miel y limón, que a lo mejor no te cura, pero te alegra la vida».


Y de este marasmo de consejos y conjeturas emerge una pregunta inquietante con categoría de misterio secular: ¿Después de todo la Covid-19 fue maldición o regalo de dioses?